
Imagino
Un día cualquiera al atardecer, después de las tareas. Un cálido sillón, mullido y perfumado. El platillo de porcelana, ribeteado en dorado y la porción sabrosa de torta de chocolate. El sabor del momento, con una charla constante y serena. Apenas una risa disimulada en palabras moviendo las arrugas salobres de distancias, aún distantes. El café aromoso y caliente, dando espíritu al cuerpo.
Sin percibir, en el mágico instante: los fríos y sucios cristales; las ratas hambreadas de migas; las rejas cerrando el escondido corazón; los claveles secos de recuerdos.
Las miradas entrelazadas, amor con sabor a río, cercano y memorioso, con sus cabelleras de sauces ondeando en la noche y los pájaros piando en sus nidos.
Los veo, ancianos y plenos, de plateadas sienes, mirándose a los ojos tiernamente, mientras cae la noche en su halo de luna distante y las hojas se empapan de rocío, con la misteriosa niebla del tiempo.
Imagino.
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